Sofía Suárez Somohano*
En ese nuevo año escolar, el que empezaba en agosto de 1998, la preparatoria contaba con una nueva coordinadora, se trataba de la “Hermana” Consuelo Pacheco.
Una mujer robusta, de tez morena, de unos sesenta y tantos años, con un particular gesto “huele caca”, con naricilla fruncida y cejas levantadas, había llegado desde muy lejos a ejercer su puesto como coordinadora de la prepa. Convencida de que las cosas que había encontrado no eran acordes con una buena educación, de que los valores y la moral se habían perdido con las nuevas épocas, de que los jóvenes con sus “locas” y “diabólicas” ideas revolucionarias, con esa capacidad innata que tienen de criticar, cuestionar todo y de estar inconformes, harían peligrar la armonía de su ahora feliz coordinación y vendrían a desbordar con el libertinaje y el caos. De ese modo se propuso reformar drásticamente el reglamento y estructura de la sección. Y no solo con los alumnos fue así, a los profesores les exigió que le expusieran el contenido de sus materias, modificando, vetando y privando algunos temas que ella creyó que solo ayudarían a que las generaciones se descarriaran por el camino de lo abominable.
Realmente reformaría muchas cosas. Puntualidad, orden, modales, expresión, ambiente, todo sería diferente. Para dar prueba de eso, en primer lugar, mandó pintar la escuela de un color gris azulado, con la intención de proyectar una imagen de formalidad a la institución, pero lo único que se percibía no era la imagen de una escuela formal, sino la de una especie de cárcel educativa. La “Hermana” Consuelo venía con todo, no le importaba lo que los demás dijeran de ella, era firme y fuerte en sus decisiones, y vaya que no le importaba lo que se hablara de ella, porque pese a que sabía que los maestros y alumnos la detestaban y hablaban muy mal de ella por los pasillos, no había coqueteado con la idea de ser flexible.
¡¡Riiiiiiiiiinn!!... La chicharra sonó, con ese timbre “taladra tímpanos” que tenía la “Miguel Hidalgo” para reunir a todos los alumnos de la preparatoria a formación. Con el mayor silencio y orden, se disponían a hacer la fila matutina. De este modo se facilitaba la revisión de los impecables zapatos negros, del corte de cabello perfectamente bien hecho para los hombres, y del delicado listón blanco de exactamente un metro que debía decorar el cabello de las mujeres. Nada de pulseras, ni colguijes, nada de maquillajes ni de faldas arriba de las rodillas.
¡Pumm!... Las siete en punto. El portón se había cerrado ante los ojos estupefactos e incrédulos de Ricardo y ante los ojos somnolientos de Raúl. Los hermanos Dávila Palma llegaron a las siete con un minuto de la mañana.
–¡Te dije que te apuraras cabrón! Me despierto como pendejo a las cinco de la mañana para llegar temprano a mi examen y tú te vienes levantando a las seis. Todo el tiempo es lo mismo contigo. Mira lo que lograste ¡que nos cerraran la puerta! Debes estar muy contento.
–Ay ya, ya, ¿no? Bájale a tus nervios y no empieces con tus cosas.
–¿Qué no empiece con mis cosas? ¡Es que ahora sí te has vuelto cínico cabrón! ¡Te dije muy claro anoche que hoy tenía mi examen de Matemáticas!
–Sí, ¿y qué? Yo también tengo mi examen de Física, tranquilo, no solo tú sufres carnal.
–¡Quítate!... Hazte a un lado.– Dijo Ricardo apartando a su hermano mayor, que se encontraba cómodamente recargado en la puerta principal de la escuela. Asomó su cara a la rendija de la puerta, a modo de que pudiese ser mejor oído y con mano firme golpeó llamando al portero en turno:
–¡Ábrame don Chucho! No sea malito, aunque sea háblele a la monja, quiero hablar con ella, que me deje pasar, por favor Don Chucho, no sea malito. Usted me conoce…
–Híjole Ricardito, qué pena, de verdad, pero tú sabes como es la madre Chelo. Si te abro, me va a correr de mi chamba y yo no quiero problemas.
¬–Pinche viejo maricón.– Dijo Ricardo en voz baja, para sí mismo. Enfurecido golpeó la puerta con más fuerza y exigió a todo pulmón.– ¡Ábrame Don Chucho! ¿No me oyó? ¡Que me abran!– gritó Ricardo Dávila, concluyendo con una fuerte patada que hizo dirigir la mirada de toda la preparatoria a esa insignificante puerta.
Un aire tenso se tornó dentro de las instalaciones de la escuela. La “Hermana” Pacheco, respiró profundamente y con gesto adusto y molesto, interrumpió los rezos del día y decidida a no permitir esa clase de “berrinchitos” se dirigió con los ojos insertados de furia hacia la puerta. Maestros y alumnos reaccionaron con expectativa… Se oían las vocecillas: “¿Quién es, quién es?”…“Es Ricardo. Ricardo Palma, el de segundo B”, “A ver qué pasa”… “Pobre Ricardito, le va a ir como en feria”… “No, ni lo digas, que no se deje”… Las filas se rompieron y todos se acercaron lo suficiente para poder ver lo nunca antes visto.
–¡Que me abran!.– Seguía vociferando Ricardo del otro lado de la puerta.– ¡Tengo un examen!, ¡Que venga la monja!... ¿No me oyó?, ¡que tengo un examen!
–¡Ábrame esa puerta Don Jesús!.– Ordenó la coordinadora con una actitud imponente. El portero obedeció de inmediato. La sorpresa de Ricardo fue grande, sus ojos se abrieron de par en par, se encontraba de frente a la coordinadora más implacable que jamás hubiera conocido. Secándose las lágrimas, en actitud de humildad y arrepentimiento se dirigió a ella.
¬–Buenos días “Hermana” coordinadora, yo… eh… mi hermano no se levantó temprano…–balbuceó con voz temblorosa, inseguro, con la incertidumbre de no saber si fue escuchado.
–Guarda silencio muchachito.– Le interrumpió la “Hermana” Consuelo, con la mayor severidad en su volumen de voz.– Aquí tú no vas a venir a hacer berrinches, ni a decir sandeces de ningún tipo. ¿Te queda claro?. Te me regresas a tu casa, te quedas sin derecho a examen y mañana pasas por tu reporte de expulsión a mi oficina.– Declaró determinante la coordinadora, despreciando al pobre muchachito Dávila.
Ricardo sentía que se lo llevaban los mil demonios. Un torbellino de sentimientos le perturbaban la cabeza, la humillación que había sufrido, la falta de apoyo de Raúl, su hermano, el saber que se había desvelado estudiando en vano, el saberse expulsado, la poca solidaridad de Don Jesús, el portero de hace ocho años, que debía guardarle más lealtad a él que a la “Hermana”, por el simple derecho de antigüedad y sobretodo esa terrible sensación de impotencia, de sentirse solo contra el mundo, de sentirse incomprendido, no valorado.
Antes de que la coordinadora diera la vuelta para continuar con el rezo de la mañana, Ricardo impulsado por su ira y coraje, como en cámara lenta, levantó violentamente la mano y la dobló hacia sí mismo mostrando su codo, en señal de grosería.
La Coordinadora pudo apenas apreciar ese gesto, ya que estaba a medio giro. Pero lo que sí le quedó muy en claro y confirmó lo poco que vio, fue la sonora voz de Ricardo diciéndole con toda rabia y claridad: “Pues entonces, vaya a chingar a su madre".
Silencio total. La preparatoria entera lo había visto y escuchado todo. Sí, maestros, alumnos y hasta don Chucho, habían sido testigos; se volteaban a ver sorprendidos y admirados… Todos se enorgullecieron y al unísono empezaron a corear: “¡Ricardo, Ricardo!” Sí, el jovencito de segundo B se había atrevido a retar a la detestable mujer, cosa que todos habían deseado y nadie lo hizo; había dicho a viva voz la frase que todos ocultaban ante el saludo hipócrita que le ofrecían todos los días a la “Hermana” Pacheco. La “Miguel Hidalgo” había encontrado a su joven valiente líder.
¬–¡Dávila!, por el examen no te preocupes. Tú ya tienes diez todo el semestre. Bien hecho muchacho.– Se escuchó la voz del profesor Toledo, el de matemáticas, en medio del tumulto.
* Estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac. México Norte.
1 comentario:
Hola Sofía, que gusto encontrarte por acá (no sé cómo llegué) soy ameht te conocí en Huehuetán en una presentación del grupo Bastón de San Pedro, recuerdo que pintas y escribes poesía, conservo algunos de tus dibujos. Espero volver a retomar el contacto con vos. Te dejo este cooreo: poeta_nuevo6@hotmail.com
te gusta Alvaro Carrillo recuerdo tambien eso...Un saludo. Vale¡¡¡
Publicar un comentario