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3 de enero de 2010

Crónica de una desilusión anunciada: La Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Copenhague (COP-15)

Hernán Sorhuet Gelós*


Diario El País, Montevideo, 4 de noviembre de 2009
Camino incierto
Nadie sabe con certeza lo que ocurrirá en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Copenhague (COP-15). Pero sí que en ella está en juego el destino de la humanidad.

La advertencia científica por el calentamiento global es grave. Mientras tanto, se sigue aplicando la vieja estrategia de negociar a favor del interés nacional e ignorar el interés planetario.

Con ese horizonte, lo que ocurra en los próximos días en la Reunión de Negociaciones del Cambio Climático en Barcelona, marcará el futuro de todos.

Sabemos que no hay espacio para el fracaso. El gran desafío es aumentar las economías –combatir la pobreza y elevar la calidad de vida de las sociedades- sin incrementar las emisiones de gases invernadero.

Las responsabilidades en el contexto internacional están bien definidas. Sin embargo falta mucho camino por recorrer para llegar a un acuerdo satisfactorio que incluya compromisos significativos de mitigación de emisiones de los países industrializados, así como de suficientes contribuciones de dinero para enfrentar con éxito la adaptación al cambio climático de los países en desarrollo.

Se necesita un acuerdo post Kioto (2012) más profundo, debido a la magnitud de los desafíos impuestos por la realidad ambiental, política y socio-económica del mundo. La situación exige mucho compromiso, inteligencia y audacia. Ya lo planteó con meridiana claridad el Informe Stern del Reino Unido. Si no se toman medidas audaces y de fondo, pagaremos un precio mucho mayor en todos los órdenes. De hecho, ha llegado el momento de replantearnos el modelo de desarrollo imperante, por ser ¿insustentable?

Sobre la base del principio elemental de que tenemos responsabilidades comunes pero diferenciadas, en la reunión de Barcelona se procura ajustar y acordar un documento definitivo a ser aprobado en diciembre en la capital danesa.

El protagonismo asumido por la Unión Europea puede resultar clave. Apoya la continuidad del Protocolo de Kioto, está dispuesta a asumir reducciones de emisiones de entre 20% y 30% con respecto a 1990, y a una muy importante financiación adicional por año (de 2 a 15 mil millones de euros) para contribuir a la adaptación de los países en desarrollo. ¿Qué harán EE.UU., Japón y Canadá?

Pero, en este contexto tan complejo de las negociaciones, esta ocurriendo algo muy significativo. Algunos países en desarrollo, sin estar obligados, han tomado la iniciativa de reducir sus emisiones de manera voluntaria, demostrando responsabilidad y compromiso, como es el caso de México, Perú y Uruguay. Constituye un mensaje implícito para los países industrializados: “si nosotros podemos hacerlo, ¡cuánto más ustedes que tienen el dinero y la tecnología!”.

Otro mecanismo que se perfila para ser adoptado en la COP-15 es la reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de los bosques, denominado REDD. Es la causa de cerca del 15% a 20% de todas las emisiones de gases de invernadero. Aunque contiene muchas preguntas a responder, parece claro que los bosques serán la mejor moneda de negociación de Latinoamérica, porque premiará a los que eviten la deforestación. Si fracasa el acuerdo post Kioto en evitar la deforestación de los trópicos, perderemos la batalla contra el cambio climático.

Diario El País, Montevideo, 18 de noviembre de 2009
Tiempo de liderazgos
A menos de veinte días de la realización de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-15) que tendrá lugar en Copenhague, está claro que no se conseguirá un nuevo acuerdo mundial como estaba planificado desde hace tiempo.

A esta altura se considerará un éxito si se logra un documento políticamente vinculante, con declaración de intenciones de los principales responsables del calentamiento global del planeta. No es casualidad el acuerdo alcanzado la semana pasada entre los presidentes Lula y Sarkozy, de comprometerse a reducir sus emisiones en 50% con respecto a las de 1990, para 2050. Este anuncio aumenta notablemente la presión en particular sobre EE.UU. y China, por ser hoy las dos naciones más contaminantes con gases de efecto invernadero. Ante este panorama nos preguntamos si tiene sentido todo lo que se gastará para la realización de la COP-15, si ya se sabe que habrá declaraciones y no un nuevo acuerdo jurídicamente vinculante que sustituya al Protocolo de Kioto en 2012.

Aunque se siga desviando la atención de un tema tan importante en diversas direcciones laterales, lo cierto es que el cambio climático es el desafío más fundamental que haya enfrentado la humanidad. Basta considerar que afecta de manera muy peligrosa al régimen hídrico, la dinámica del suelo, la estructura de la biodiversidad, y por lo tanto, pone en riesgo la salud humana, la seguridad alimentaria y provoca migraciones humanas forzadas y masivas. ¿Qué más se necesita saber para tomar el asunto muy en serio?

El punto de inflexión en el cual nos encontramos requiere un protagonismo superior de los líderes actuales. Sabemos que la crisis ambiental instalada empeorará, y que cada día cuenta para tomar las medidas necesarias de mitigación y adaptación al cambio climático.

Reputadas organizaciones especializadas como el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, el Centro Hadley de la Oficina Meteorológica británica y el propio Informe “Stern” del Reino Unido, nos dicen que la inacción es mucho más costosa –en todos los órdenes- que la intervención inmediata.

Esta cruda realidad no le da margen a los líderes mundiales para realizar las tradicionales especulaciones en defensa a ultranza de los intereses nacionales y corporativos.

Por lo tanto, Copenhague es un desafío a la inteligencia y responsabilidad humanas. Por eso el fracaso anunciado de antemano es un serio llamado de alerta que debe tomarse con suma seriedad.

Una vez más la pulseada se centra solamente en los aspectos económicos: cuánto dinero habrá, quién lo aportará y cómo se distribuirá. Una vez más los mayores costos los pagarán los pueblos más vulnerables y desprotegidos. Pero, a diferencia de otras ocasiones, el carácter global del cambio climático hará sentir a todos los pueblos sus efectos negativos.

El desafío no tiene parangón. Aunque el dinero apareciera –como ocurrió en la reciente crisis financiera- es imprescindible acordar un nuevo modelo de desarrollo, basado en una baja huella de carbono, la eliminación de la pobreza, la reducción del consumo, la globalización de sistemas de producción y tecnologías limpias, y en una nueva ética ambiental. Necesitamos liderazgos firmes, comprometidos y resolutivos.

Diario El País; Montevideo, 2 de diciembre de 2009
Buscando caminos
A pocos días de comenzar la cumbre de Copenhague (COP-15) sobre el cambio climático, se sabe que no habrá acuerdo vinculante de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para los países industrializados –responsables históricos del calentamiento global-. En la mejor de la hipótesis, el mismo se alcanzaría dentro de un año en la COP-16 de México.

Es una mala noticia para la humanidad. Deja en evidencia la contradicción que significa, por un lado, comprender un peligro a escala planetaria, y por otro, que los gobiernos se limiten a negociar la manera de invertir menos dinero y obtener el mayor rédito. Al igual que una enfermedad progresiva, cuanto más se demore en mitigar el calentamiento global, peores serán las consecuencias y mayores los costes.

La arista más injusta del problema es que los países que pagarán el precio más elevado son los menos responsables en la generación del problema. La solución de fondo, que nadie desea discutir, es modificar el modelo de desarrollo, lo que incluye la sustitución del uso de combustibles fósiles como matriz energética principal.

Mientras tanto, desde los países ricos y algunos de los emergentes se promete realizar los mayores esfuerzos de mitigación mediante la reducción de la deforestación, promoviendo los biocombustibles, estimulando las plantaciones forestales, fortaleciendo el comercio de carbono, e introduciendo cambios en la agricultura y la ganadería.

Este último punto es de sumo interés para Uruguay. En nuestro país casi el 80% de las emisiones de gases de invernadero provienen de la agropecuaria. Por ser un país agropecuario por excelencia, le atribuye gran importancia al impulso de estrategias de mitigación en la agricultura, que sean sustentables y garanticen la seguridad alimentaria. Se habla de prácticas, procesos y metodologías que ayuden tanto a la mitigación como a la adaptación al cambio climático, sin afectar las posibilidades de desarrollo y afectar negativamente los ecosistemas. Uno de los puntos neurálgicos es la transferencia de recursos y tecnología.

No extrañó que en el plenario de la reunión de Bangkok, Uruguay planteara la inclusión de la agricultura en la agenda de mitigación. Sin duda la demanda de alimentos crecerá de manera sostenida. Por lo tanto hay que hallar la forma de reducir las emisiones de gases de invernadero por unidad de producción. Como existe poca investigación sobre tecnologías más eficientes en ese terreno, es imprescindible estimular lo antes posible la cooperación, investigación y traspaso de tecnologías apropiadas de los países vanguardistas a los nuestros.

En ese sentido Uruguay ya integra un grupo de investigación formado por países como Nueva Zelanda, EE.UU. y la Unión Europea.

Hay que estar atentos para evitar que, con el tiempo, las prácticas agrícolas que no logren determinados niveles de reducciones de emisiones se transformen en barreras comerciales.

En la actualidad la agricultura es responsable del 16% de las emisiones mundiales de gases de invernadero, y tarde o temprano se abordará su modernización dentro de las estrategias de mitigación. Más vale que nuestros países trabajen desde ya en el asunto, para transformar en oportunidad lo que se presentará como un problema.

Diario El País; Montevideo, 16 de diciembre de 2009
Sin sorpresas
Estamos en la recta final de la Cumbre de Copenhague donde representantes de todos los países del mundo negocian aspectos que pueden llegar a ser trascendentes y decisivos para el destino de la humanidad.

Aunque existe el firme interés de las naciones desarrolladas de proyectar optimismo sobre los resultados que se obtengan en la COP-15, lo cierto es que en la conferencia domina un clima de preocupación y desilusión.

Bloques como el de los países africanos o los pequeños estados insulares denuncian el interés de priorizar los acuerdos a largo plazo en el ámbito de la Convención de Cambio Climático –integrada por todos los países- en detrimento del Protocolo de Kioto –que obliga solo a las naciones industrializadas-. Kioto es el único acuerdo concreto y en aplicación del que disponemos, para reducir emisiones de gases de efecto invernadero y promover ayudas económicas y transferencias de tecnologías limpias hacia los países en desarrollo.

Uno de los problemas mayores es que las rondas de negociaciones están fragmentadas por áreas específicas, aunque están todas muy relacionadas. Por ejemplo, no se puede avanzar en estrategias de mitigación sin considerar las de adaptación y viceversa.

Como bien dijo el Secretario Ejecutivo de la Convención, Ivo de Boer, para que Copenhague sea un éxito el nivel de ambición de los acuerdos tiene que ser equiparable a la gravedad del problema. Por lo tanto, esto requiere un nivel de cooperación sin precedentes no solo entre países, sino también entre Gobiernos, organismos y el sector privado.

Se sabe que de aquí al viernes no se logrará un acuerdo ambicioso, aunque seguramente habrá anuncios alentadores. Lo importante se postergará por lo menos para la COP-16 a realizarse dentro de un año en México.

Es una lástima que así ocurra. La urgencia de solución de los problemas ya instalados en todo el planeta lo verifica. Pero además estamos dejando pasar una oportunidad única e inesperada, provocada por la crisis económica y financiera internacional. Una de sus consecuencias es que se constató un descenso en las emisiones de gases debido a la retracción de actividades y de consumo.

Mientras la economía se va recuperando, se nos presenta la gran oportunidad de dirigir las nuevas inversiones que llegarán de todas partes, hacia una infraestructura de bajas emisiones en gases de efecto invernadero.

La oportunidad es breve y pasajera pues la recuperación de las economías está en marcha. Habría que aplicar nuevas políticas, medidas e inversiones “bajas en carbono” a un costo mucho menor de sí se intentaran en épocas de estabilidad y prosperidad.

En el fondo, el cambio climático nos enfrenta a nuestra propia incapacidad de aplicar modelos de desarrollo sostenibles y justos para todos los habitantes del planeta. Nadie desea discutir seriamente que en pocas décadas la humanidad debería abandonar el consumo de los combustibles fósiles y que los costes ambientales deberían formar parte inseparable de la factibilidad de los emprendimientos y políticas de desarrollo.

Diario El Pais; Montevideo, 30 de diciembre de 2009
Refugiados Climáticos
El fracaso que significó la postergación de lograr en Copenhague un acuerdo vinculante de reducciones de emisiones de gases de efecto invernadero, agrava la situación mundial. Pesaron más los argumentos políticos y económicos a corto plazo, sin que nadie asuma la responsabilidad de las consecuencias.

Mientras tanto, avanza el convencimiento que trabajar en estrategias de adaptación al cambio climático es una decisión sabia e impostergable, porque el consenso científico anuncia cambios significativos en la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas, provocados por el calentamiento global.

Una de las consecuencias más dramáticas de estas alteraciones a escala planetaria merece la máxima atención. Se trata de las migraciones masivas que ocurrirán en los lugares del planeta donde los cambios golpeen más duro.

La desaparición de los glaciares continentales, la ocurrencia de eventos naturales extremos y con mayor frecuencia (sequías, inundaciones, huracanes, etc.), la elevación del nivel del mar, la salinización de las tierras y napas freáticas, la desertificación, el traslado de zonas tradicionales de producción de alimento, son situaciones en marcha que llegaron para complicar aún más la vida de miles de personas en todo el mundo.

Ante esta crisis por ahora no hay “ambiente” en los ámbitos idóneos de Naciones Unidas para anticiparse a los daños. Nos referimos a la resistencia a discutir la necesidad de aceptar la existencia de la categoría de refugiado ambiental o refugiado climático.

Aunque reputados analistas como Norman Myers de la Universidad de Oxford, pronostican que para 2050 podría haber unos 200 millones de personas forzadas a desplazarse como consecuencia del cambio climático, nadie quiere hablar de nuevo refugiados, debido a las implicancias políticas y económicas que ello implica.

La cifra es impresionante. Significa que una persona de cada 45 en el mundo se vería forzada a abandonar su lugar de vivienda.

Por ahora se insiste en hablar de migrantes ambientales o climáticos, aunque existe una diferencia fundamental entra ambas categorías: mientras los migrantes se desplazan voluntariamente en busca de mejores condiciones de vida, los refugiados lo hacen en forma compulsiva, porque corre riesgo su integridad física y su vida. Otra diferencia es que al hablar de “refugiado” se considera implícita la situación de cruce de una frontera internacional, lo que no necesariamente está ocurriendo en materia ambiental o climática. También siempre está latente la posibilidad de regresar si la situación original cambió.

La humanidad enfrenta circunstancias nuevas y, por lo tanto, demandan soluciones creativas. Asusta la posibilidad de que los países deban ofrecer el mismo amparo que a los refugiados políticos, pero la realidad actual presiona con el mismo imperativo moral. La categoría de refugiado climático debería incorporarse a las negociaciones dentro del componente de adaptación al cambio climático.

*Periodista ambiental uruguayo.


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