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3 de enero de 2010

Competencias, valores y desarrollo sustentable: Estaciones de un diálogo inacabado

Nancy Virginia Benítez Esquivel*

La agonía planetaria (…) es un todo que se nutre de (…) ingredientes conflictuales, crísicos, problemáticos, los engloba, los sobrepasa y los nutre a su vez.
Y ese todo lleva en su seno el problema de los problemas: la impotencia del mundo para convertirse en mundo, la impotencia de la humanidad para convertirse en humanidad.
Edgar Morin


I
Lejos de proponer una visión maniquea respecto de los temas elegidos, el presente artículo pretende ser una reflexión en torno a ellos, dadas algunas similitudes en su origen, el carácter instrumental que han adoptado para su generalización y las aficiones y oposiciones resultantes.

II
Nuestro mundo actual enfrenta una crisis. Nuestro mundo percibe, en el seno de su crisis que es necesario un pensamiento ético: Surge el discurso de los valores. Nuestro mundo percibe, en el seno de su crisis y que es parte del imperativo ético, que es necesaria una forma de vida que considere tanto las dinámicas de la naturaleza como la supervivencia de las generaciones futuras y surge el discurso del desarrollo sustentable. Nuestro mundo percibe, en el seno de sus crisis y en razón del imperativo ético, que es necesario educar para la vida y surge el discurso de las competencias. Desde luego, no han sido procesos tan automáticos, pero así podemos sintetizarlos para iniciar.

Cuando digo ‘nuestro mundo actual’ me refiero a la forma occidental que, en la era moderna, hemos adoptado, por diversas vías, como el legítimo y deseable modo de vida. Es ese modelo civilizatorio [1] que está muy arraigado en nuestro pensar y actuar. A fuerza de vivirlo, este modelo/modo/mundo nos presenta sus caras resultantes, sus sombras, sus contradicciones y percibirlas nos desubica, nos preocupa, nos angustia, nos cuestiona, nos amenaza, nos quita el sueño, nos interpela: es la crisis, ese estado de incertidumbre, de cuestionamiento, de inquietud, de angustia; es la crisis nacida del propio mundo actual. [2]

Según el lugar que se ocupe en el mundo, será la interpelación de la crisis y según ésta, la respuesta que se pueda dar. El mundo actual no es equitativo, el modelo sólo es encarnado –tal cual, con sus promesas cumplidas –por unos cuantos y funciona porque muchos quieren acceder a él. La crisis del mundo es interpretada de maneras diferentes y las respuestas son también distintas y diferenciadas sus posibilidades de impacto.

Para quienes se asumen desarrollados y reciben los beneficios del modelo, la situación de crisis –cuando llega a trascender la indiferencia y es percibida –puede ser una preocupación importante, y es lógico que sus respuestas se caractericen por buscar la menor afectación posible, por ello se adhieren a propuestas reduccionistas. Les toca ser los que dirigen, los que gobiernan, los que regulan, los que deciden sobre la educación. Son quienes tienen la legitimidad de su lado, los medios y el poder de determinar los contenidos válidos de todo ello.

Para la gran mayoría mundial de los que quisieran recibir los beneficios (ya son parte del modelo y lo nutren, pero se encuentran en desventaja para ser beneficiados) toca obedecer, ser los gobernados, los educados, los que sostienen el modelo con el acuerdo manifiesto a través del consumo. La crisis les significa una afectación profunda, inmediata y de urgencia que los lleva a levantar la voz y generar espacios de resistencia. Ello es percibido por el otro segmento y a veces es escuchado.

Puede haber sutiles cambios de posiciones, según el momento histórico (y el modo de producción) entre ambos segmentos. Incluso, llega a existir el diálogo entre ambas posiciones, se reconocen las banderas, se legitiman y se vacían de contenido para preservar el modelo. Hay transformaciones, pero generalmente no son sustanciales o estructurales.

En principio, reconocemos que el reto principal que impone la crisis del modelo es de humanidad. De humanización. El imperativo ético, por ejemplo, nacido de la inequidad, y la violencia diversificada, multipresente, es una llamada a que la especie humana se perciba a sí misma como tal. Percibir esto no es sencillo, pues la crisis es inherente al modelo –incluso se llega a sostener que sirve para afianzarlo –además, si se dice que la crisis es económica, ecológica o se le dimensione de cualquier otra forma, se logra el efecto de que sea percibida como algo abstracto, que no afecta la vida de las personas reales y presentes. Cuando es lo contrario. La esencia de la crisis está en el debilitamiento de las relaciones de los seres humanos entre sí y con su medio circundante, inmediato o mediato. Estas relaciones son mediadas por prácticas culturales, determinadas histórica y ambientalmente.

La discusión real que subyace, el rumbo que nos espera es el de la humanidad. En el requerimiento ético, en el imperativo de educar para la vida, en la base de la sustentabilidad en las relaciones ambientales está el tema de la humanidad, el reto de la humanización.

Desde nuestro punto de vista, las competencias, los valores y el desarrollo sustentable son propuestas que surgen del imperativo ético, relacionadas con algunas fracturas del modelo y, sin duda, apuntan al reto de construir humanidad.

Sin embrago, son negociaciones intermedias, legitimadas por el propio modelo, pues no cuestionan del todo el status quo y hasta lo favorecen. Parte de su esencia radica en que se convierten en instrumentos, sometiendo así la necesidad de transformación a la lógica del sistema y logrando reducir el pensamiento diverso que lo lleva a la agenda, a caminos simplificados e indefensos.

Aunque son avances en la discusión/diálogo/percepción de la situación crítica del modelo, tanto la indiferencia como la discusión excesiva en torno a ellos puede obnubilar la perspectiva, dado su carácter instrumental.

III
Quizá de las tres propuestas aquí planteadas, la que ha detonado más inquietudes –y es el punto de partida de este artículo –ha sido la de competencias. Ello se debe a los mecanismos de imposición que se han dejado sentir en los últimos años en todos los niveles educativos. Frecuentemente escuchamos que en países europeos y otros de América Latina, hace ya mucho tiempo que el discurso se adoptó y se abandonó, pero en México cobró relevancia hace muy poco. Es la reforma del preescolar la que inaugura la inserción del discurso, seguida de la de Secundaria con sus diferentes nombres. Este año (2009) trata de concretarse en la escuela primaria, en educación media superior y se aproxima a la educación superior. En estos ámbitos el denominador común es la falta de discusión y de sustentos sólidos al respecto, así como la sensación de que las competencias tienen que incorporarse por mandato político vertical. Punto. De manera muy clara lo vivimos en el proceso de diseño de la Maestría en Educación Básica que recién se abrió en las Unidades UPN del Distrito Federal: el primer año de ese programa tenía que enfocarse a las competencias porque es lo que se promueve en la Reforma de Educación Básica. Cabe comentar que en esta Unidad la temática en torno a las competencias fue y es objeto de discusión académica, con su consecuente resistencia, aún con la adopción y apertura del programa.

Sin embargo, dado su carácter instrumental, se hace notar un contingente importante de educadores que dicen dominar el trabajo por competencias, encabezado por profesoras de preescolar donde parece ser altamente viable ponerlo en práctica. Una fracción importante de este contingente son las autoridades, quienes lo han asumido como parte de su trabajo regulatorio, no sabemos si con plena convicción, pero sí como algo que hay que hacer. Esto es lo poco que alcanzo a percibir de la primaria, aún no escucho las voces de los maestros al respecto (y eso que trabajo con ellos).

Los profesores de secundaria comentan que no les aporta y que no lo entienden, cosa que no es de extrañar; peor sería que se preocuparan por adoptar el discurso por encima de la gran cantidad de prioridades y dificultades que enfrenta este nivel educativo en sus entrañas y que no se resuelven con ‘reformas’ de los planes de estudio. Las voces que percibo, desde mi muy lejano lugar, provenientes de la educación media superior y superior son de extrañeza, de ese primer impacto con sabor a imposición. Considero que gran parte de los profesores de primaria, secundaria, bachillerato y profesional conforman el otro gran contingente: los que no entienden, les parece indiferente o declaradamente están en contra de las competencias. Esta escisión sólo confirma el carácter instrumental de la propuesta. No parte del humano corazón, no va al humano corazón.

IV
Otro discurso que ha significado contrapunteos, desde el propio punto de vista, ha sido el de desarrollo sustentable. Como ya hemos visto, la crisis del modelo civilizatorio conlleva el imperativo de un replanteamiento que, por supuesto, pone en riesgo las ventajas que algunos obtienen de él, de ahí que pensar el mismo sistema con un matiz de armonía y verdor es la solución al problema, así, sin tener que ir a la raíz. Por ello, la década para el desarrollo sustentable promovida por la UNESCO ha recibido muchos menos cuestionamientos que el protocolo de Kyoto, y se ha difundido y oficialmente adoptado en todos lados, a pesar de las grandes diferencias y divergencias de cosmovisión originaria de los países occidentalizados a través de colonizaciones, del ‘subdesarrollo’ en el que se han etiquetado, de los desequilibrios importantes que estos países presentan en la escena mundial, cuando algunos países ‘desarrollados’ han logrado un desarrollo equilibrado a su interior, pero que depende del subdesarrollo exterior.

Es decir, la bandera del ‘desarrollo sustentable’ es una herramienta que –si no fuera por su carácter desarrollista –casi distrae a los ‘globalifóbicos’; ha sido adoptada como adorno discursivo de las políticas en diferentes países y, al menos en el nuestro, ha modificado muy poco las relaciones económicas y sociales con vistas a la sustentabilidad. Sí ha habido muchos cambios, pero en sentido contrario, como lo demuestran los movimientos sociales del corte de “Sin maíz no hay país”, o de los pueblos afectados ambientalmente, o las notas respecto de Granjas Carroll y Minera San Xavier, por citar pocos ejemplos.

En el campo de la educación ambiental, el programa de Maestría que se ofrece en la unidad –la más longeva del país en este campo –discute constantemente las contradicciones y debilidades de apellidar a la educación ambiental con “para el desarrollo sustentable” que neutralizaría su acción, su espíritu originario, por demás cuestionador del modelo civilizatorio. En ello no se desconoce que una revolución parcial en este campo se debe justamente a la propuesta de desarrollo sustentable, especialmente porque propone a la sustentabilidad como aspiración. Sin duda, el lograr que las relaciones humanas sean sustentables es un reto importante y motivador de más discusiones en las cuales evitar el polo desarrollista puede ser benéfico e incluso, impulsaría una nueva revolución en la educación ambiental a través de ampliar los canales de interlocución, de profundizar en la identidad humana-planetaria, de reencontrar/reconstruir el sentido de la vida.

Además de las discusiones mencionadas, la Maestría promueve también la intervención educativa en los diversos escenarios de procedencia de los maestrantes, cuando menos. Como una importante vía de discusión, en las propuestas que ellos realizan se cristalizan no sólo los planteamientos, también la necesidad de concreción y las actuaciones de quienes se introducen en el campo e intentan contribuir a su construcción. Tanto las tesis como la Revista Caminos Abiertos lo documentan.

V
Ahora bien, sólo como un apunte que preferimos no soslayar, toquemos apenas el asunto de los valores. Éste ha tenido otra suerte, toda vez que fue asumido por las instancias gubernamentales en códigos de ética que, a través de pósters, cursitos y folletos inundaron las oficinas de la administración pública el sexenio anterior (al tiempo que justificaron el uso de recursos públicos). El tema fue asumido muy alegremente por los medios de comunicación: cine, radio y televisión. No les significó transformaciones y sí grandes oportunidades de mercado que además los colocaron como promotores de la moralidad. Por supuesto, una moralidad fragmentada, abstracta y a su favor, que no cuestiona la moralidad del sistema.

La propuesta de los valores es el barniz ético para las actuaciones públicas de quienes detentan el poder, es el instrumento ideal que logra –como en 1994 lo decía Lipovetsky –la boda de la ética y el business. En ese momento, el autor de El crepúsculo del deber comentaba:

"Por un lado la business ethics reinsufla la idea de primacía de los valores morales, por el otro desvía su sentido tradicional, la ética se convierte en una auxiliar eficaz de lo económico. La conversión al bien excluye también el dolor de la pérdida o del sacrificio, quiere el deber economizando la pureza del corazón."[3]
Quizá pudiéramos complementar la última frase del pensador francés con algo como: quiere la buena conciencia sin el esfuerzo de pensar un poco más allá de la apariencia de las cosas, los fenómenos televisivos, las campañas políticas, el marketing. Como ejemplo sirva el teletón, la cruzada contra la piratería (especialmente de películas y música), y hasta la guerra contra el narcotráfico. En estos casos, hay un problema legítimo y existe también la necesidad de hacerle frente y hacerlo de manera colectiva, pero la solución propuesta no cuestiona el origen de cada problema y sí promete dividendos a unos cuantos.

Así, tenemos al alcance un valor para justificar cada comportamiento, especialmente la crítica –de los otros, los diferentes, los que están fuera de mi código y evadir la necesidad del diálogo en un mundo demasiado cargado de informaciones, de imperativos que demandan más decisiones de las que podemos procesar concienzudamente. Es así que el carácter instrumental de los valores es acogido sin muchas discusiones. Dice también Lipovetsky:

"Mediante la instrumentalización de la virtud que promociona, la ética de los negocios aparece como una figura ejemplar del posmoralismo democrático contemporáneo librando la obligación del lastre de cualquier idea de abnegación y absolutidad desinteresada: Ethics is good business."[4]
VI
Los valores, el desarrollo sustentable y las competencias son una suerte de moldes abstractos que se supone que los ciudadanos debemos llenar para ser partícipes de las transformaciones que exige nuestro momento histórico. Pero al ponerse en perspectiva, al ubicarse en contextos reales, pierden sentido fácilmente.

Ante ello tenemos tres opciones:
• Desconocerlos
• Hacernos su adeptos y dormir tranquilos
• Discutir y aprender sin perder de vista su origen, sentido y finalidad: la construcción de la humanidad con ellos, sin ellos y a pesar de ellos.

Ni la percepción catastrofista de la crisis, ni la racionalidad instrumental, ni una excesiva discusión nos inmovilizarán en el viaje que ya hemos emprendido a lo profundo. Vamos a no distraernos y sí a reconocernos como una especie planetaria, capaz de ajustar su mundo para una mejor convivencia en las esferas del yo, la alteridad y “oikos”.

Referencias
Boada, M. y Toledo, V. (2003). El planeta, nuestro cuerpo. La ecología, el ambientalismo y la crisis de la modernidad. Col. La ciencia para todos 194, México: SEP/FCE/Conacyt
Dussel, E. (2000) “El reto actual de la ética: detener el proceso destructivo de la vida”, en: Dieterich, H., et al (2000), El fin del capitalismo global. El nuevo proyecto histórico. México, Océano.
Lipovetsky, G. (1994) El crepúsculo del deber. Barcelona, Anagrama.
Morin, E. y Briggite, A. (1993) La agonía planetaria. Barcelona, Kairós.

Notas
*Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. Unidad UPN 095. D.F. Azcapotzalco.

1. Suscribimos la postura de Toledo respecto a la civilización como “una manera particular de concebir el mundo, de ensamblar a los seres humanos y de articular a éstos con la naturaleza” (Boada M. y Toledo, V., 2003: 114-115). Siguiendo a este autor, el modelo de civilización que está en crisis es el conjunto de similitudes megaestructurales que subyace “en el reticulado de las sociedades industriales contemporáneas, una suerte de ‘modelo supremo’ que todas las naciones en ‘vías de desarrollo’ son forzadas a imitar a través de un sinfín de mecanismos de lo que podríamos llamar la inercia global” (Op cit, p. 122, cfr.)
2. Interesa dar la voz a Enrique Dussel (2000: 146): “ningún acto, ninguna institución, ningún sistema de eticidad, cultura o lo que fuere, puede pretender ser perfecto. El problema del mal no es sólo mala voluntad, odio, etcétera; también es el mal inevitable por efecto de la finitud. La finitud lleva implícita la inevitabilidad de efectos negativos y previsibles”.
3. Lipovetsky, G. (1994:252) Subrayado del autor.
4. Lipovetsky, G. (1994:252) Subrayado del autor.




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