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6 de julio de 2010

Editorial (Núm. 181, julio-septiembre 2010)



En esta ocasión la edición 181 de Caminos Abiertos se presenta como un complemento a la edición anterior, ya que por razones de presupuesto, no tendrá versión impresa. De ese modo, y respetando a nuestros lectores cibernéticos, iniciamos el número con una reflexión que realiza Daniel Lara Sánchez recordando el sensible fallecimiento de uno de los cronistas más importantes del México contemporáneo: Carlos Monsiváis. A continuación, presentamos la Introducción del libro recientemente publicado en la Unidad UPN095 Educación ambiental en la formación docente en México: Resistencia y esperanza, y que estuvo coordinado por Juana J. Ruiz Cruz, Armando Meixueiro Hernández y Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán.


En la reseña del libro Educación, medio ambiente y sustentabilidad coordinado por Édgar González Gaudiano, Miguel Ángel Arias Ortega nos describe las últimas discusiones que han hecho varios escritores internacionales sobre la educación ambiental, el medio ambiente y el desarrollo sustentable.

Cerramos la edición con una Crónica de Alfredo Gabriel Páramo en la que nos narra con humor una visita turística a Tepoztlán, Morelos.



¿Qué vamos a hacer sin el Monsi?

Daniel Lara Sánchez


Como bien lo dijo Elena Poniatowska en tu homenaje post-mortem en Bellas Artes: "¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?" Y yo complemento: ¿Qué van a hacer "Mito Genial", "Miau", "Caso Omiso" y tus otros 9 gatos sin tu presencia? ¿Qué van a hacer Proceso, Letras Libres, Nexos, La Jornada, El Universal y demás decenas de medios impresos sin tus colaboraciones? ¿Con quién tomaremos una copa de vino mientras brindamos "Por Mi Madre, Bohemios"? ¿Qué van a hacer las minorías mexicanas sin su Robin Hood? ¿Qué van a hacer los nuevos libros que se vayan editando sin tus prólogos? ¿Qué va a hacer "La R." sin su alma y sin su voz? ¿Qué van a hacer tus más de 3 mil libros y otros tantos cómics, discos y documentos sin tus ojos y oídos? Y sobre todo: ¿Qué vamos a hacer sin ti los mexicanos? ¿Cómo entender sin tu ironía las barrabasadas de los calderones, los peñanietos, los riveracarreras, los padresmacieles, los foxesymartitas, los televisos y tvaztecos, los lujambios, gomezmonts y demás entes malignos? ¿Por qué a genios como Gabriel Vargas, Saramago y tú les da por hacernos la gran grosería de morirse cuando más los necesitamos y nos dejan en manos de imbéciles que, a diferencia de ustedes, son ineptos, corruptos, falsos, incoherentes e hipócritas (y lo que es peor, nos gobiernan)? Al menos, ahora, estarás lejos de las críticas que recibiste siempre por tus preferencias religiosas, sexuales y políticas, poco entendidas por las mentes torcidas de la derecha y la ignorancia (¿pleonasmo?).

Creo que la respuesta es que tendremos que acostumbrarnos a vivir sin tu presencia; pero siempre estarán tus Rituales del Caos, tus Días de guardar, tus Escenas de pudor y liviandad e incontables artículos, ensayos, prólogos y todo lo que construiste y nos dejaste, a tal grado que el propio Octavio Paz señaló que eras un género en ti mismo.

Pero quizá lo que más nos duela, es que no puedas compartirnos la crónica que, seguramente, hubieras escrito de tu propio funeral. Y todas las crónicas que, seguramente, se quedarán en tu escritorio, mientras "los malosos" seguirán haciendo de las suyas, aprovechando tu ausencia, la ausencia de una de las pocas mentes críticas que le quedaban a esta especie de país.


Resistencia y Esperanza

(Introducción del libro Educación ambiental en la formación docente en México)

Armando Meixueiro Hernández
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y
Juana Josefa Ruiz Cruz

Es muy probable, por la embestida y la velocidad de los cambios sociales, que los propósitos de la formación de docentes y la educación ambiental tengan una transformación radical en los años por venir y colaboren así – equiparándose a esta mutación- a la sobrevivencia de la especie humana, la sociedad misma y de la naturaleza en el en el siglo XXI.

Para Joaquín Núñez y Marta Dunach (2008) la formación docente tendrá que subirse inevitablemente a esta ola de cambios. Ellos señalan:

“La formación del profesorado trata también de esto; cómo facilitar, en el ejercicio de las competencias docentes, el aprendizaje del alumnado; cómo crear entorno de aprendizajes; como gestionar la diversidad en el aula; cómo guiar grupos; cómo formular las preguntas para que los alumnos y alumnas tienen o buscan respuestas”.

Sin duda, de estos candentes contenidos y muchos otros tópicos emergentes más, se hará indispensable, por citar algunos ejemplos, tocar temas como los procesos educativos y ambientales en un mundo migrante; los efectos de la virtualidad; la apropiación de la territorialidad y la lucha permanente por la autonomía; el género visto complejamente; las nuevas unidades sociales más allá de la familia; la construcción de comunidades generadoras de pensamiento, las diversas propuestas de regulación (y desregulación) estatales y educacionales; las formas de protección educativa social y jurídica ante la impunidad de los medios o los sistemas financieros; así como las emergentes y revolucionarias redes tecnológicas en las que se moverán los individuos en forma activa, la conducción de los más heterogéneos colectivos de aprendizaje; la tolerancia y el respeto retados por la violencia y la desigualdad; la atención educativa para muy variados segmentos sociales por edad y nivel socioeconómico, en forma integral y propositiva; el consumo sustentable; alfabetizaciones ambientales y mediáticas; construcciones de ciudadanías planetarias, las propuestas de innovación y mejora permanente de los centros escolares y de educación no formal, el conocimiento horizontal en relaciones no duraderas; la creación de instituciones educativas eficaces, potentes y flexibles. Una formación ambiental para la resistencia, la organización, la propuesta depositada en el deseo de un mundo mejor.

Por lo antes dicho un libro sobre Educación Ambiental y Formación Docente debe ser complejo, crítico y liberador, debe responder a las preguntas que emergen desmesuradamente de la relación entre los seres humanos y el mundo que habita y recrea. Un libro así, tiene que redimir los guiños de la realidad y las ilusiones del pensamiento, debe reivindicar el manantial de las palabras y los argumentos de la naturaleza. Por tanto, un proyecto de tal magnitud requiere un enfoque crítico y liberador. Si buscamos esa perspectiva tendremos que desembocar, ineludiblemente, en el pensamiento de Paulo Freire.

El pedagogo brasileño realizó una obra que se caracteriza por defender los procesos de concientización y de liberación en el hombre. Desde su más conocido ensayo, Pedagogía del oprimido (1969), denuncia la “Educación bancaria” como un instrumento de opresión en el que no se resuelve la contradicción educador-educando, ya que ambos tienden a cosificarse: el educando no sabe, no piensa, escucha dócilmente, es disciplinado, etcétera; por otro lado, el educador se asume como el que sabe, piensa, habla, impone una disciplina, actúa, prescribe, etcétera. Así, Paulo Freire apuesta por una educación problematizadora y dialógica que transformará las relaciones entre educador y educando, donde habrá un “esfuerzo permanente a través del cual los hombres van percibiendo, críticamente, cómo están siendo en el mundo, en el qué y con el qué están.” (Freire, 1969: 90)

De este modo, en Pedagogía del oprimido descubrimos un horizonte de resistencia y esperanza que se vislumbra a pesar de las condiciones adversas en las que se puede estar viviendo. “La educación problematizadora no es una fijación reaccionaria, es futuro revolucionario. De ahí que sea profética y, como tal, esperanzada.” (Freire, 1969: 92)

En el último capítulo de Acción cultural para la libertad (1970) Paulo Freire profundiza sobre el sentido en que la educación problematizadora es profética y esperanzada. Allí señala que los grupos revolucionarios tienen una naturaleza utópica y que esa utopía, producto de una acción cultural para la libertad, presupone la denuncia crítica de la realidad y la proclamación de una nueva realidad viable a través de la praxis. Así, la educación problematizadora es, existencialmente, resistencia y esperanza. Creemos que la Educación Ambiental y la Formación Docente suponen, intrínsecamente, una educación problematizadora.

La resistencia y la esperanza se destacan también en otro libro de Paulo Freire en dónde la reflexión sobre el ser docente es el tema central. Nos referimos a Pedagogía de la autonomía (1997), ensayo que abunda en meditaciones alrededor de la práctica docente en los educadores. Enseñar, para Freire, implica variadas distinciones: Primero defiende la idea de que no hay docencia sin discencia, es decir, que todo educador es al mismo tiempo educando y que, por tanto, en el proceso enseñanza-aprendizaje el docente y el alumno se miran como sujetos que descubren juntos el mundo y su situación específica en él. Enseñar exige entonces, y entre otras cosas, el reconocimiento y la asunción de la identidad cultural, condición que significa asumirse “como ser social e histórico, como ser pensante, comunicante, transformador, creador, realizador de sueños, capaz de sentir rabia porque es capaz de amar. Asumirse como sujeto porque es capaz de reconocerse como objeto.” (Freire, 1997: 14) En la segunda parte del libro se expone una reflexión titulada “Enseñar no es transferir conocimiento” en donde Paulo Freire enfatiza el sentido de resistencia y esperanza en el educador. Enseñar, afirma el pedagogo brasileño, exige la conciencia del inacabamiento, el reconocimiento de ser condicionado y la posibilidad de aprehender la realidad.

“Me gusta ser hombre, ser persona, porque sé que mi paso por el mundo no es algo predeterminado, preestablecido. Que mi "destino" no es un dato sino algo que necesita ser hecho y de cuya responsabilidad no puedo escapar. Me gusta ser persona porque la Historia en que me hago con los otros y de cuya hechura participo es un tiempo de posibilidades y no de determinismo. Eso explica que insista tanto en la problematización del futuro y que rechace su inexorabilidad.” (Freire, 1997: 17 y 18)

De este modo es que estamos entendiendo la idea de resistencia y esperanza: A partir de que somos seres condicionados (biológica, psicológica y socialmente) e inacabados nos aventuramos en la aprehensión y comprensión de nuestro entorno, denunciando el camino que hemos seguido, pero con la posibilidad de dirigir nuestros pasos por nuevos senderos.

La resistencia se funda en la conciencia de que el hombre, aunque condicionado, deviene proyecto de ser y existir de manera distinta a sus programas genéticos, instintos, complejos afectivos, determinantes cognitivas, limitaciones sociales y restricciones culturales. La resistencia se constituye en la asunción del hombre como libertad situante, conciencia capaz de elegir en el marco de innumerables situaciones. Y esta conciencia de sí mismo y de existir con los otros lo impulsa a la esperanza, que “es un condimento indispensable de la experiencia histórica. Sin ella no habría Historia, sino puro determinismo. Sólo hay Historia donde hay tiempo problematizado y no pre-dado.” (Freire, 1997: 23)

La Educación Ambiental es ante todo una forma de resistencia por la inquietud que han provocado las crisis ambientales en nuestro planeta y se vuelve esperanzadora en la medida en que se cree en el poder reivindicador de la educación; en específico, de una educación problematizadora y liberadora. Por otro lado, la Formación Docente es un ámbito que perfila una educación crítica centrada en y por el educador, como sujeto crítico capaz de denunciar e interrogar un orden existente y de proyectar recreando un mundo posible. El educador así, se asume como ser docente (porque enseña) y discente (porque aprende), capaz de problematizar su existencia en y con el otro, en y con el mundo.

En ese sentido es muy sugerente la descripción que hace Paulo Freire del significado que puede provocar en los alumnos un gesto del profesor. Allí explica cómo esa expresión del docente le influyó de un modo fundamental.

“El profesor había traído de su casa nuestros trabajos escolares y, llamándonos de uno en uno, los devolvía con su evaluación. En cierto momento me llama y, viendo y volviendo a ver mi texto, sin decir palabra, balancea la cabeza en señal de respeto y consideración. El gesto del profesor valió más que la propia nota de diez que le dio a mi redacción. El gesto del profesor me daba una confianza aún obviamente desconfiada de que era posible trabajar y producir. […] La mejor prueba de la importancia de aquel gesto es que lo menciono ahora como si lo hubiera presenciado hoy.” (Freire, 1997: 14)

Gestos que resaltan la importancia de la resistencia y la esperanza en educación los podemos encontrar en el extraordinario cuento “La lengua de las mariposas” (1995) de Manuel Rivas; relato que se fusionó con otros dos (“Un saxo en la niebla” y “Carmina”) para que José Luis Cuerda lo llevara a la pantalla grande en 1999. La historia trata de un niño que narra sus primeras experiencias escolares en la España previa al franquismo. Moncho describe allí, desde una perspectiva ingenua, sus primeras clases y sobre todo la relación que establece con el maestro. Don Gregorio es un profesor viejo y con aspecto de sapo sonriente que acabará seduciendo al niño por sus significativas enseñanzas.

“Pronto me di cuenta de que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que él tocaba era un cuento fascinante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y la sístole y diástole del corazón. Todo conectaba, todo tenía sentido. La hierba, la lana, la oveja, mi frío. Cuando el maestro se dirigía hacia el mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminase la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relinchar de los caballos y el estampido del arcabuz, íbamos a lomos de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchábamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. Fabricábamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribíamos cancioneros de amor en la Provenza y en el mar de Vigo. Construíamos el Pórtico de la Gloria. Plantábamos las patatas que habían venido de América.” (Rivas, 1995: 31 y 32)

La imagen del docente que encontramos en este bello relato ilustra las dos características que queremos distinguir en este libro: Resistencia y esperanza.

Don Gregorio es un republicano que manifiesta su pensamiento crítico y junto con un pequeño grupo del pueblo resisten al pensamiento conservador. Resistencia que provocará un dramático desenlace porque en 1936 ser republicano significaba ser enemigo de la Iglesia. A su vez, el impacto que va dejando el profesor en Moncho será indeleble.

“Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche y azúcar y cultivaban setas. Había un pájaro en Australia que pintaba su nido de colores con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba el tilonorrinco. El macho colocaba una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.” (Rivas, 1995: 33)

En 1936 la guerra civil española estaba iniciando. La ingenuidad y la incomprensión de Moncho lo llevarán a realizar un acto desesperado, inolvidable.

La importancia de los gestos del maestro se ha soslayado en muchas de las pedagogías contemporáneas y en la formación docente. Sin embargo, es necesario preservar estos saberes. Uno de nuestros desafíos en este libro consiste en mostrar un conjunto de reflexiones sobre Educación Ambiental y Formación Docente y que pretenden ser gestos significativos, señales problematizadoras de esa encrucijada. Signos de resistencia y esperanza en la confluencia de la Educación Ambiental y Formación Docente y que ha caracterizado al proyecto de la UPN095 Azcapotzalco.

Como se puede observar, hay mucha tarea por venir para la formación de docentes en educación ambiental. Por lo que este libro aspira a ser sólo un banderazo de salida en la formación de educadores ambientales para el siglo del que está por terminar su primera década. Este libro en muchas formas es -siguiendo a Milán Kundera,- una victoria alada de la memoria contra el olvido, en el que encontramos reflexiones, experiencias, modelos, éxitos y fracasos y futuros posibles de educadores ambientales formando a otros educadores ambientales. No tiene precedente en nuestro país y nos permitimos convocarlo desde el Programa Académico de más larga vida formando docentes en educación ambiental en México: la Maestría en Educación Ambiental de la Unidad 095 de la Universidad Pedagógica Nacional. Sin embargo, no es un libro endógeno, que narre nuestra experiencia de 17 años, intervenciones, generaciones, diplomados, cursos, producción y proyección. No. Hay por fortuna una larga experiencia de casi dos décadas de diferentes actores sociales – líderes ambientales- que en diferentes latitudes de la geografía nacional han, y siguen, formado docentes en cuestiones ambientales y de sustentabilidad. A ellos se les convocó y fue sorprendente el entusiasmo en la respuesta, la rapidez en la elaboración y lo contundente de los contenidos. Es una muestra policromada del pensar, el decir y el actuar de los formadores ambientales mexicanos.

Gracias a esa desinteresada participación se llegó a una veintena de artículos que decidimos agruparlos en tres categorías:

a) Reflexiones sobre la Educación Ambiental. Aquí se agruparon artículos que muestran desde el nivel analítico de la experiencia una clara inclinación de teorizar sobre los docentes, la formación y/o la educación ambiental.

b) El Impacto de la Educación Ambiental en la sociedad. En esta sección quedaron documentadas las acciones e intervenciones que se han ido dando en la formación de maestros en la educación formal de nuestro país desde preescolar hasta posgrado.

c) Educadores Ambientales: recuperación de sus experiencias. En esta parte quedan plasmados los procesos individuales e innegablemente colectivos, de cómo se llega al campo de lo ambiental y cómo nace la necesidad de compartirlo todo: materiales (físicos y de los sueños), propuestas, trayectorias de vida, pensamientos y fracasos que a la vuelta del tiempo se vuelven éxitos.

Lo compendiado es un ramillete de la riqueza de la educación ambiental, cuando busca en el trabajo colaborativo y la reflexión, la formación ambiental para, como lo asegura Enrique Leff, lograr el contagio de la sustentabilidad.

Sin más, demos la palabra (arma, refugio, trinchera y vehículo de seducción) a estos resistentes y esperanzadores formadores ambientales para que nos cuenten qué ha significado formar profesores, monitores, facilitadores y educadores ambientales, en tan distintos ámbitos académicos y geográficos. Dejémonos atrapar con su resiliencia y su incuestionable persistencia.

Bibliografía
Corminas Canal M. y Rodríguez González M. (2008) "Observarse para compartir descubrimientos. Comunidades reflexivas", en Otra manera de formarse. Cuadernos de Pedagogía, No. 379. Mayo. Barcelona. España. Págs. 55-58.
Fasce J. y Martiña R. (1989) Nosotros Educadores. De los problemas de un oficio. Miño y Dávila Editores. Buenos Aires Argentina. Pág. 104.
Freire, Paulo. (1969) Pedagogía del oprimido. 53ª. Ed. México, Siglo XXI editores, 2000. 245 pp.
Freire, Paulo. (1970) Acción cultural para la libertad. Buenos Aires, Tierra Nueva S.R.L. 101 pp.
Freire, Paulo. (1997) Pedagogía de la autonomía. México, Siglo XXI editores.
Núñez Joaquín y Dunach Marta (2008) "Principios desde la Reflexión en la Práctica", en Otra manera de formarse. Cuadernos de Pedagogía, No. 379. Mayo. Barcelona. España. Págs. 48-51.
Rivas, Manuel. (1995) ¿Qué me quieres, amor? 8ª. Ed. Madrid, Punto de lectura, 2001. 198 pp.





Reseña del libro Educación, Medio Ambiente y Sustentabilidad

Miguel Ángel Arias Ortega*

Un campo de conocimientos se nutre de las diversas aportaciones que realizan los sujetos que en él están integrados, se enriquece por las distintas miradas, ideas, posturas, reflexiones, conocimientos y críticas que en su interior y fuera de él, se formulan. Este engranaje y articulación de procesos es lo que le otorga su riqueza y le permite manifestar condiciones de posibilidad para ofrecer lecturas diferentes a los procesos que pretende intervenir; nuevas posibilidades en la construcción de alternativas para una mayor comprensión, entendimiento y prácticas en relación con los fenómenos de la realidad que busca transformar. La obra: Educación, Medio Ambiente y Sustentabilidad: once lecturas críticas, aporta en esta dirección, toda vez que presenta un conjunto de análisis y reflexiones críticas de importantes especialistas en el campo de la educación ambiental de la región de América Latina, Europa, África y Oceanía, mismos que dan cuenta de la intensidad y complejidad del debate en torno al campo de la educación ambiental; a los efectos de la globalización en el medio ambiente y a las pretensiones de cambio de una educación ambiental por una educación para un desarrollo sustentable, con todos los claroscuros que eso conlleva.

La obra inicia con el trabajo de Edgar González Gaudiano: Educación ambiental y educación para el desarrollo sustentable. ¿tensión o transición?, en el que sostiene que desde la constitución de la educación ambiental como campo pedagógico, éste se ha enfrentado a una diversidad de discursos, en los que se ha dado la confluencia de especialistas y practicantes tanto de las ciencias sociales y humanas como de las ciencias naturales y exactas, al igual que una diversidad de sujetos con actividades y creencias disímbolas. En palabras del autor, dentro del campo de la educación ambiental existe una relación centro-periferia que lo ha tensionado, pero que al mismo tiempo, esto ha sido la impronta de su discursividad dinámica, plural, precaria, compleja y contradictoria.

Reflexiona sobre cómo el campo de la educación ambiental hoy en día se enfrenta a un mundo de cambios sumamente rápidos y a condiciones inestables, bajo un creciente stress que lo torna vulnerable, sobre todo al ataque de “oportunistas con muy diferentes agendas”. Puntualiza sobre el tema de la educación para un desarrollo sustentable y describe algunas de las posturas que se manifiestan al respecto, tanto en el terreno de un apoyo incondicionado, como aquellas que cuestionan sus fundamentos y dejan más en evidencia su sometimiento a postulados de una racionalidad económica.

Concluye —apoyado en Bourdieu— que el campo de la educación ambiental en lo general enfrenta posiciones y disposiciones (habitus) respecto de aquello que los participantes identifican como su capital simbólico, lo que implica acuerdos y desacuerdos, conceptos unificados, tensiones, expectativas y percepciones, de ahí que podamos referirnos a un campo diverso y desigual, pero productivo dentro del contexto mexicano, enmarcado en un escenario donde se percibe y vive, un momento de inestabilidad y debilitamiento de las políticas sobre lo ambiental.

Lucie Sauvé, Tom Berryman y Renée Brunelle realizan un análisis crítico sobre la implementación de la normatividad de la educación ambiental en las últimas tres décadas, en la que formulan un análisis crítico del discurso de las Naciones Unidas en la materia. Parten de considerar que a casi tres décadas de tratar de impulsar la educación ambiental en la mayoría de los países, se ha llegado a un punto de institucionalización, lo cual representa un logro; pero al mismo tiempo una cuestión problemática, porque dicho proceso ha provocado, en algunos casos, un desprendimiento de su importante sustrato crítico, que resulta vital en la pretensión que se tiene de ella, es decir, como motor de transformación de la sociedad.

Los autores al abordar el tema de la educación y al momento de definirla, parten de considerar que nos enfrentamos a una tarea que no es nada fácil, porque advierten que las definiciones tienden a sedimentar y reificar ciertas ideas que deben permanecer dinámicas y abiertas. Sostienen por su parte que las propuestas internacionales en materia de educación ambiental son más proclives a enfocarse cada vez más a acciones, resultados, indicadores, competencias y cambios de comportamiento, lo que las ha conducido a descuidar el fomento a la reflexión y al desarrollo del pensamiento crítico. Se plantean como una necesidad imprescindible, el arribar a mayores niveles de comprensión y entendimiento en relación con el tema del medio ambiente, ya que desde su perspectiva, se constituye en un concepto clave para los procesos educativos. Sin embargo, también es ahí donde radican algunos de sus problemas, en tanto que va a depender del concepto de ambiente al que nos suscribamos, la respuesta educativa que se dará al mismo.

Los autores concluyen, que a pesar de la forma legitimadora y atrayente de las concepciones de directivas internacionales, y de la influencia que ejercen en las respuestas sociales e institucionales, la educación es y debe seguir siendo ese espacio de libertad, un espacio donde se debe explorar de manera crítica las diversas dimensiones del “Ser humanos sobre la Tierra”.

Pablo Meira desde España busca reflexionar sobre los alcances de la educación ambiental en este momento donde la globalización se ha convertido en escenario “natural” que trascienden y acontecen todos los actos del ser humano, o una parte importante de todos ellos. Se platea indagar sobre el qué (la identidad), el cómo (la estrategia) y el para quién (los destinatarios) de la educación ambiental, ante los retos de este mundo cada vez más unificado e interdependiente en términos económicos, sociales, políticos y culturales. El autor discute a lo largo del documento sobre los conceptos de globalización y desarrollo sustentable, al primero lo concibe como el libre juego de flujos despiadados, anónimos, amorales de capital y de quienes lo poseen —pocos y cada vez menos— con el único fin de multiplicarse. Al segundo como esa respuesta universal que trata de enmarcar el intento de construir un nuevo discurso y un nuevo orden trasnacional que interiorice la variable ambiental, sobretodo al entenderla como una amenaza potencial ante los intereses del capitalismo.

Deja una conclusión abierta donde sostiene que la educación ambiental puede y debe ser un vector de innovación social, pero esto sólo puede tener éxito, si se produce un cambio de modelo en la búsqueda de un desarrollo verdaderamente humano. Ante lo cual, la educación ambiental debe reconocer sus limitaciones, revisar su posición ante las nuevas realidades, con miras a tratar de prevenir, aminorar y, porque no, eliminar las consecuencias del deterioro ambiental en millones de seres humanos.

José Antonio Caride, examina el complejo campo de las relaciones educación, medio ambiente, desarrollo. Aborda el tema de la educación ambiental y la educación para un desarrollo sustentable, en el cual denuncia cómo los organismos internacionales le dieron a la educación ambiental un gran impulso en sus primeros años y la colocaron como una de las más viables alternativas para crear una conciencia en los distintos grupos de la sociedad. No obstante, señala el autor, hoy en día podemos ver que esos mismos organismos son los que proclaman su derribamiento y abandono, y enarbolan la necesidad de su cambio por una educación para el desarrollo sustentable, ¿será esto una contradicción?

Asimismo, sentencia que uno de los problemas que se advierte; es que para justificar dicho derribamiento se valen de argumentos en los cuales hacen ver —de manera injusta— a la educación ambiental como un campo de prácticas fallido que no aportó los cambios esperados ni arribó a los objetivos planteados; es decir, fue incapaz de generar en los distintos grupos de la sociedad un cambio en la conciencia respecto a la protección y mejoramiento del medio ambiente, con lo cual se pretendía reducir y detener, en algunos casos, los problemas ambientales. Injustas e injustificadas son algunas de estas valoraciones, señala el autor, porque si este es el punto de partida, también tendríamos que hacer valoraciones en esta dirección para otro tipo de educaciones: intercultural, cívica, para la salud, para la paz, o para la igualdad de género, con las que también se ha tratado de dar respuesta a las complejas y cambiantes realidades sociales e incluso para toda la educación en su conjunto. Al respecto, no desconoce, por el contrario reivindica la responsabilidad que la educación ambiental debe desarrollar en este momento histórico, en particular como un elemento importante para la búsqueda de un desarrollo humano sustentable, por lo cual sostiene que la educación ambiental deberá ser con una práctica educativa con vocación crítica, estratégica y coherente, con alternativas que renueven el pensamiento y la acción humana, construyendo hasta donde sea posible y de-construyendo hasta donde sea necesario la controvertida y ambigua, pero increíblemente poderosa constelación semántica que tiene su epicentro en la palabra “desarrollo”.

José Gutiérrez y María Teresa Pozo; elaboran una crítica a las celebraciones internacionales donde el ambiente es el centro de interés y de festejo; denuncian los excesos de expectativas que les conducen, los rituales institucionales, así como el inútil desgaste de energías que se pierden en este tipo de acontecimientos, porque desde su perspectiva estas celebraciones en el fondo poco han contribuido a incrementar el debate en torno a los problema relacionados con el medio ambiente y a tener un impacto importante en las acciones que se desarrollan en los diferentes escenarios sociales e institucionales.

Esta mirada crítica se proyecta a la luz de la declaratoria de la celebración por una educación para la sustentabilidad proclamada por la UNESCO, donde se discuten algunos de los aspectos que mueven dicha declaratoria; se cuestionan sobre sus fundamentos y ejecución, en el marco de los problemas y condición social en los que se encuentra gran parte de la población mundial. Tratan de indagar sobre ¿qué es en realidad lo que se celebra?, porque tal parece que esto es una Stultifera Navis (Nave de los Locos). Asimismo, se preguntan, ¿Qué es aquello que debemos enaltecer de que un organismo como la UNESCO declare diez años para la educación enfocada al desarrollo sustentable? Porque a su juicio existen alrededor de dicha declaratoria, algunos aspectos que no han sido suficientemente analizados, por ejemplo, señalan que no ha habido una reflexión seria, por parte de los funcionarios de la UNESCO, ni por los países que la suscriben, en relación con los alcances de una declaratoria de esta naturaleza, toda vez que no es claro qué van a hacer para mantener en actividad y atención a los ciudadanos “de forma sostenida”, durante tanto tiempo, sin que la gente termine por aborrecer al desarrollo sustentable y a la educación misma, ya que dedicar diez años de nuestras vidas a causa de la naturaleza, merece tener algunas reflexiones, pero sobre todo, claridades al respecto.

No obstante, los autores sostienen que bienvenida la década de la educación para un desarrollo sustentable, si se admite la crítica y abre puertas a la imaginación utópica. Además porque lo que debemos hacer es lograr que la educación ambiental sea algo cotidiano en nuestras vidas, y no algo extraordinario, integrado a nuestro quehacer ordinario sin ningún tipo de excepcionalidad.

A través de la pluma de Bob Jickling y desde Canadá, denuncia cómo las ideologías globalizadoras afectan la educación, ya que sus ideólogos tienen la inamovible convicción de que van rumbo a la verdad, por lo tanto a la solución de los problemas, de eso no tiene duda además. Es claro que la globalización afectará las decisiones educativas, advierte el autor y que hoy en día existe una relación de tensión entre las agendas educativas y las agendas globales. En este contexto, surgen preguntas obligadas que es necesario tratar de empezar a pensar en ellas, por ejemplo, ¿Qué significa ser un profesor, un alumno, un padre de familia o un diseñador de planes de estudio a la luz de estas fuerzas en pugna? ¿Cómo podrán los educadores evaluar las políticas y los materiales que emanen de este contexto de globalización?

Explora respecto a si la educación para un desarrollo sustentable es determinista y si ante todo es educativa, se cuestiona y trata de ofrecer algunas reflexiones respecto a si el desarrollo sustentable es monopolio de problemas sociales, o una idea seductora que tiene algún significado específico; y si lo tiene, ¿quién se encarga de esta definición? Trata de indagar también sobre la disensión, es decir, se pregunta dónde están las voces de los críticos y los inconformes, porque han sido poco visibles y poco escuchadas. Se cuestiona también si la década proclamada por las Naciones Unidas es una táctica de distracción en este contexto complejo en el que nos encontramos, y si el desarrollo sustentable es un discurso totalizador. Concluye señalando que el desarrollo sustentable es una idea importante, pero sin duda debemos cuidarnos de ella. Es un error considerarla un concepto organizador o un objetivo de la educación. Al tiempo que aduce que la educación para un desarrollo sustentable no está a la altura del potencial que ofrece la educación ambiental para trascender el presente y pretender el cambio del status quo.

Pablo Meira toma la palabra en su artículo Elogio de la educación ambiental, en el cual analiza cómo la educación ambiental está viviendo un momento importante en su existencia, lo que no siempre es consciente por parte de sus practicantes, en especial sobre la crisis que hoy en día atraviesa a este campo de conocimientos. Considera que en la actualidad se vive una momento particular porque la educación ambiental está en un punto de desconcierto donde se pone en cuestión hasta su propia existencia, lo que poco se sabe o más bien se desconoce o oculta es si dichas críticas e interpelaciones provienen de un escenario de reflexión teórica e ideológica, o más bien se desprenden de las cocinas del mercado simbólico, del mercado de los capitales que proclaman la bienvenida de una educación para el desarrollo sustentable.

El autor afirma que la aparición de la educación para el desarrollo sustentable ha sido poco clara y no necesariamente ha obedecido a dinámicas de debate, de reflexión y análisis de las condiciones ambientales generales y de las necesidades de estrategias educativas, como factores importantes a considerar en la construcción de alternativas de solución respecto a los problemas ambientales que nos aquejan, que desafortunadamente no son pocos. Al respecto, se pregunta el autor, ¿qué fue lo que hizo que se bifurcara el tema de la educación y hoy en día se esté hablando de una educación para un desarrollo sustentable?

En su trabajo ofrece a manera de revisión histórica, aunque su aproximación a la problemática la desarrolla desde la arqueología y genealogía, recuperando el pensamiento de Foucault, donde hace explícito que se trata más de una visión genérica que de una revisión histórica de lo que ha acontecido en el campo de la educación ambiental en las últimas décadas.

En un pequeño artículo, pero no menos importante, Lesley Le Grange desde Sudáfrica, analiza cuál es el nexo entre la sustentabilidad y la educación, donde parte de concebir a la naturaleza compleja de dicha relación, toda vez que ambas poseen una naturaleza controvertida. En palabras del mismo autor, su interés se centra en evaluar de manera crítica la asociación de la educación con la sustentabilidad, para la cual se enfoca en primera instancia, sobre el concepto de lo sustentable y luego en el conjunto de relaciones que establece con la educación. Parte de considerar que ante todo, se requiere de un lenguaje de probabilidad para el desarrollo de una educación para la sustentabilidad en Sudáfrica.

Sostiene que el lenguaje de crítica y de posibilidad surgió dentro de la tradición radical del curriculum en los Estados Unidos, que ha servido de foco de resistencia. Ante ello, advierte que es necesario un tercer lenguaje, al que denomina: Lenguaje de Probabilidad, el cual en su interior implica aceptar que ciertos patrones y prácticas organizacionales probablemente no cambiarán pronto. De tal suerte, señala el autor, es indispensable que los esfuerzos en la reforma sistémica del curriculum reconozcan y trabajen alrededor de estas realidades. Así un lenguaje de probabilidad en nuestro contexto ambiental, requiere de trabajar con los movimientos sociales e institucionales que giran en torno a la sustentabilidad y a la educación para la sustentabilidad como discursos dominantes en la sociedad contemporánea.

Iam Robottom, a través de su artículo, educación ambiental re-etiquetada, se pregunta si es la educación para un desarrollo sustentable algo más que un slogan. Señala que si podemos caracterizar al campo de la educación relativa al ambiente, lo podemos concebir como un periodo de continuidad y de disputa, la primera porque ha sido constante el interés por articular la educación y el ambiente, al igual que ha habido una disputa y una consecuente evaluación en el lenguaje del campo con otros términos, tales como educación ecológica, educación ambiental y educación para el desarrollo sustentable, mismos que han llegado a tener una alta visibilidad en determinados momentos. Su preocupación gira en torno a presentar una perspectiva sobre los efectos del lenguaje del campo de la educación ambiental y desde ahí plantear algunas cuestiones críticas concernientes al re-etiquetamiento de la educación ambiental en una educación para el desarrollo sustentable; de manera particular, se cuestiona ¿cómo podríamos entender este importante giro del lenguaje? Discute por su parte, el concepto de la educación ambiental en el contexto de las interpretaciones que se hacen respecto a una educación acerca, en y para el ambiente, en la cual manifiesta su postura vinculada con una educación para el desarrollo sustentable.

Propone una revisión del concepto de educación ambiental y de desarrollo sustentable buscando cuáles son sus articulaciones con aquello que podemos comprender como slogan. Concluye su trabajo sosteniendo que en este re-etiquetado de la educación ambiental a una educación para un desarrollo sustentable, tenemos una situación en la que los individuos son invitados y exhortados a involucrarse en el trabajo educativo para el ambiente, aunque en función del lenguaje legitimante del campo, podrían hacerlo en diversas formas. Revela también que la educación para un desarrollo sustentable hoy en día tiene un gran reto y este es que tiene que demostrar que ella es diferente de la práctica y reflexión de la educación ambiental como muchos de nosotros la hemos conocido.

Ruth Irwin, propone el trabajo: Posneoliberalismo: de la educación ambiental a la educación para la sustentabilidad, en él nos introduce a la discusión respecto a cómo en la actualidad se ha colocado a la educación para un desarrollo sustentable como una de las opciones viables frente a la anticuada y pesimista educación ambiental. En este marco, la sustentabilidad asume una posición en la cual pretende absorber y resolver algunas de las críticas al neoliberalismo. Con un sentido agudo Irwin sostiene que su pretensión principal no es presentar un análisis "comparativo" de la educación ambiental en su paso por diferentes naciones, sino utilizar a Nueva Zelanda como estudio de caso a propósito de la vinculación Estado-Nación.

Añade que el significado de las palabras está sujeto a interpretación y cambio, sin embargo con el paso del tiempo o por los cambios culturales o geográficos, la misma palabra puede modificar su significado conceptual, sea sutilmente o, a veces, tan abruptamente que adquiere un significado contrario a su significado original. De ahí que el término de "sustentabilidad" ha experimentado justamente este cambio, y se ha despojado de su connotación ecológica, la cual evoca la relación de los seres humanos con otras especies dentro de un nicho ecológico, mismo que requiere de protección y mantenimiento. Para esta autora, en lugar de ello, el significado de la sustentabilidad ha sido cooptado por la meta-narrativa del mercado, enarbolando más a nociones que se vinculan a la eficiencia, desarrollo económico y mantenimiento de recursos para las futuras generaciones de la humanidad.

Sentencia que en su país: Nueva Zelanda, el curriculum escolar ha reflejado la orientación de la cultura global moderna, ignorando de manera completa las preocupaciones ambientales, ya que sólo existe un énfasis menor en estudios sociales y de geografía. Y es precisamente en ese punto, donde vincula el cambio en el significado de la palabra sustentabilidad, porque en dicho contexto se le concibe como una externalidad, como motivo central de la meta-narrativa del mercado, misma que ha derivado en la adopción de una política gubernamental neozelandesa que promueve la implementación de una educación para el desarrollo sustentable (y no, una educación ambiental).

El libro lo complementa el artículo de Édgar González Gaudiano, titulado: Configuración y significado: educación para el desarrollo sustentable, donde afirma que los educadores se han visto interpelados por el concepto de educación para el desarrollo sustentable en los últimos diez años, para muchos es una evolución del concepto de educación ambiental, para otros, la educación ambiental para el desarrollo sustentable es más una imposición de un órgano rector a nivel internacional como es la Unesco. Señala que la educación para un desarrollo sustentable muestra ante todo una opacidad conceptual que deriva de la confusión y críticas que gravitan alrededor del concepto mismo de desarrollo sustentable, de ahí el alto grado de controversia y crítica que este tipo de educación tiene en un importante sector de los educadores, amplio sí, pero aún insuficiente respecto al planteamiento de una postura contraria y crítica a la pretensión de la UNESCO por sedimentar el concepto dentro del contexto internacional. Reconoce que la propuesta es simplista, pero efectiva a la vista de un público, en la medida que enaltece tópicos vinculados a la reducción de la pobreza, de la equidad de genero, de la promoción de la salud, de los derechos humanos, de entendimiento intercultural de la conservación y protección al ambiente, de las formas de consumo y sobre la importancia de la diversidad cultural y las tecnologías de la información. Ante ello, señala el autor que difícilmente alguno de nosotros podríamos estar en desacuerdo, principalmente por que son temas de enorme relevancia para las condiciones de existencia de miles de seres humanos en el planeta. De ahí que a través de este mecanismo se haya tratado de posicionar a la educación ambiental para el desarrollo sustentable, como el tipo de educación que debe primar en este momento histórico.

Uno de los problemas centrales que ve el autor, en la instrumentación de esta propuesta educativa, es que la educación para el desarrollo sustentable ha estado polemizada, de manera exclusiva por los educadores ambientales, donde ve con gran infortunio que educadores de otros campos implicados, no se hayan manifestado ni exclamado estar enterados o interesados, en su entrada en vigor.

Con la edición de este material, el autor busca seguir contribuyendo al debate que enriquezca la discusión sobre el concepto de la educación ambiental y el de una educación para el desarrollo sustentable, toda vez que es imprescindible que quien se encuentre incorporado o se incorpore a este campo de conocimientos, conozca dicha discusión y sea partícipe de la misma, porque con demasiada frecuencia, el análisis político y teórico respecto a este tema, no suele ser apreciado por muchos educadores, que en su caso, prefieren centrar sus esfuerzos en la posibilidad de lo práctico. Enfatiza que no aboga por una educación ambiental irreductible sin un sustrato de crítica y autocritica, porque la educación ambiental ha sido un campo emergente en permanente construcción y lucha, que no ha estado alejada de conflictos, críticas, tensiones y redefiniciones, en la medida que su reflexión y práctica se encuentra imbricada por las distintas concepciones que de la problemática ambiental y la educación, manifiestan los sujetos.

Por lo anterior, Educación, Medio Ambiente y Sustentabilidad. Once lecturas críticas; se configura como un documento de lectura y análisis obligado para todos aquellos educadores y no educadores que, a través de la reflexión y la práctica educativa cotidiana, manifiestan su interés en que las cosas sucedan en forma diferente en relación con el medio ambiente, porque es claro, como señala Javier Reyes, que si de algo podemos tener un elemento de seguridad, es que hoy en día las lecturas de los más optimistas como de aquellos más pesimistas en torno al ambiente, coinciden en un punto particular: “los problemas ambientales continúan su curso y dirección, algunos con mayor severidad y recrudecimiento”. De tal suerte que la búsqueda y construcción de nuevos escenarios para pensar, crear, debatir y proponer sobre el papel de la educación ambiental y sobre su trascendencia en este momento histórico, simplemente se hace imprescindible, este libro, sin duda invita a seguir pensando en futuros posibles y construibles, distintos.

*Profesor de la Maestría en Educación Ambiental de la UPN Unidad095 D.F. Azcapotzalco

5 de julio de 2010

Con ojos de turista, visita a Tepoztlán

Alfredo Gabriel Páramo



Pick ups, SUVs, autos familiares, deportivos, cargueros... la fila avanza a unos 30 kilómetros por hora --70 u 80 menos de los que acostumbran los turistas en esta carretera sinuosa que especifica 50 kilómetros de hora como velocidad máxima. La hilera tras el tráiler se impacienta, los conductores encienden la luces, defensean. “¡Pinches chilangos, qué prisa tienen!” pienso desde mi auto con placas de Morelos, una rareza entre tanta matrícula defeña y mexiquense.

Sin embargo, puede que la molestia sea explicable. La hilera se forma apenas entrando en el tramo de cuota de una carretera de 14 kilómetros hasta el entronque con la carretera Cuernavaca-México o con la desviación a Tepoztlán. Curva tras curva, de subida y de bajada, mientras se circula por un bosque de pinos, siempre con el sol en la cara no son lo mejor para un ánimo festivo o relajado.

Por fin, un carguero se pega a la derecha y nos avisa que es posible rebasar. De todas maneras, hay que hacerlo con cuidado. Hace un par de años, en esta misma carretera, estuve a punto de chocar de frente contra un tráiler por hacerle caso a indicaciones como las de ahora. Pero parece que en esta ocasión sí son legítimas y media docena de vehículos logramos pasar los estorbos. Por el retrovisor veo al conductor de la SUV que me ha venido defenseando y aventando las luces los últimos cuatro kilómetros. No alcanzó a pasar, peor para su karma chilanga.

Aparecen los anuncios de “Pueblo Mágico”, esa cursi denominación que la sentenciada Secretaría de Turismo les endilgó a algunas poblaciones de la República y que define como: “una localidad que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos trascendentes, cotidianidad, en fin MAGIA que emana en cada una de sus manifestaciones socio - culturales, y que significan hoy día una gran oportunidad para el aprovechamiento turístico” (respetamos la redacción de la Sectur).

Tenemos que llegar al centro. El tiempo ha erosionado mi conocimiento del lugar y tenemos que pedir señas. Los ojos oscuros, recelosos; la actitud desconfiada, entre displicente y francamente hosca que se ve en las casi centenarias fotos de los zapatistas en la capital, se regala abiertamente al chilango aquí y en otros pueblos del estado. El “¿cómo llego a...?” se recibe, pero la respuesta siempre tiene un dejo acerado, amargo. Bueno, a veces, esa sensación se esfuma cuando la voz de quien pregunta tiene ese sutilísimo acento que lo diferencia del chilango, más en el ritmo que en el tono; cuando emplea los giros idiomáticos (don/doña, oiga, pues...) que caracterizan el habla del centro-sur morelense. Y las indicaciones son mucho más precisas, eso es innegable.

Lo mismo el taxista que la señora a la puerta de su casa e, incluso, el chamaco al volante de su pick up Ford ilegal, y que habla con el acento angelino que les queda a muchos migrantes, son amables ante quien intuyen paisano y dan señas precisas, concretas, para llegar al destino. Atrás de nosotros, desde otro auto, con otra actitud, unas personas exigen señas. Nos los encontraremos un par de horas después, furiosos, porque “los pinches indios de este pueblo ni siquiera son capaces de decirte cómo llegar a ningún lado”. Ah, qué los chilangos, tan generosos, amables y serviciales en su casa, y tan patanes, salvajes y colonialistas en la ajena.

Hace 20 años venía muy seguido a Tepoztlán. Hace 20 años los problemas eran la falta de drenaje, la escasez de agua potable, el poco desarrollo agrícola, las malas vías de comunicación, las ideas faraónicas de los gobernantes y el turismo intensivo de fin de semana... ahora, los problemas son exactamente los mismos. Nada ha cambiado. Quizá haya un poco más de casas suntuosas, por supuesto, de fuereños; seguramente hay más restaurantes, pero el morelense nativo no gana gran cosa de eso, ni de las excursiones al Tepozteco. Se queda con las migajas de un modelo económico obtuso.

* * *

¿Acaso la magia residirá en que la caca local y de los turistas permanezca contaminando mantos freáticos? ¿En que la única opción de mejora real para muchos de sus habitantes sea emigrar, en el mejor de los casos, a las zonas industriales de Cuernavaca o el DF, o en el peor, a Estados Unidos? ¿La magia está en casas impresionantes, con alberca y caballerizas, al lado de casuchas en las que niños, pollos, perros, adultos y en ocasiones, algún cerdo, conviven? Quién sabe.

Para llegar al restaurante recorremos la calle principal, que lleva al Tepozteco que se yergue como posando para las cámaras, con nubes hasta más abajo de la mitad de su altura. En la calle, que parece una puesta en escena de Coyoacán, se ofrecen sombreros, camisetas de Pancho Villa, Zapata o Harley Davison, juguetes, esa ropa parecida a la que usan en la provincia India de Rajastán y que nosotros hemos aprendido a denominar “hindú”, tatuajes de hena, horóscopos mayas (que, suponemos, no han de ser muy populares ahora que nos informaron que el mundo acabará en un par de años), comida sana y muchos, muchos restaurantes, desde poco más que puestos donde las micheladas (acá son cerveza con mucho chile piquín, salsa, limón y sal) son el plato fuerte, hasta restaurantes argentinos, vegetarianos y mexicanos.

Comemos en Los Colorines la tradicional comida mexicana versión Sanborn's y luego salimos a la calle. No me puedo tranquilizar. Sigo pensando en por qué las autoridades creen que la magia está en la inmovilidad y el subdesarrollo, por qué nos aferramos como sociedad a la imagen de un turismo servil, indigno, con puestas en escena, por qué somos tan, pero tan postmodernos.

A la pequeña Valentina, con sus 15 meses, no le molestan ninguna de esas cosas. Ella se impacta con una serpiente de trapo azul y nos mira con sus ojitos brillantes. La vendedora se da cuenta que tiene una venta hecha y, magnánima, nos rebaja 10 pesos. Valentina abraza su serpiente y tira el avión de madera laqueada que tenía en la mano y que le habían comprado poco antes.

Caminando por el empedrado, que según algunos lugareños lo pusieron nomás porque así los chilangos sienten que están en la verdadera provincia, llegamos al mercado, en el centro de Tepoztlán. También allí las cosas están puestas para el gusto de los visitantes, con mucho copal y toda la parafernalia del pueblo mágico. Casi no se venden verduras, frutas, canastas ni objetos de plástico, como en cualquier mercado normal, pero sí, una vez más: camisetas, pulseras, palos de agua (típica artesanía mexicana originada en Australia) y dudosas piezas prehispánicas.

Junto al kiosko, unos payasitos astrosos empiezan su rutina, más allá unos jóvenes cantan sones típicos acompañados de guitarra y la pequeña Valentina corre con sus juguetes. Ella es feliz y no escucha, no entiende y no le importan los improperios y sandeces que un grupo de adolescentes tardíos con suficiente alcohol en sus organismos como para intoxicarlos gritan para contar sus aventuras sexuales y de drogas con el que hicieron que este fin de semana valiera la pena y les hiciera olvidar el agobio del metro o la inseguridad de las calles capitalinas.

Recogemos el auto, pedimos instrucciones para salir “no a México, sino con rumbo a Yautepec” y nos las brindan con extrañeza, pero perfectas. Comentamos del viaje y quedamos, que la próxima vez, mejor iremos a Tlayacapan, donde aunque no sea oficialmente mágico, si existe la magia.